Cuando algo deja de encajar. Cuando el mundo empieza a dar vueltas, y de repente todo está patas arriba. Cuando cosas que parecían seguras dejan de serlo. Cuando no sabes por qué. Cuando no entiendes por qué. Cuando no sabes si miras a alguien a quien has dejado atrás, o a alguien que inexplicablemente te ha adelantado. Porque antes íbamos a la par. O al menos lo intentábamos. Pero hace tiempo que hemos olvidado quiénes somos. Y no queremos ir juntos. Yo ya no quiero.
Supongo que todos tenemos algo que esconder, incluso a los que más queremos. Pero nunca sabemos distinguir cuándo el orgullo es orgullo, o simplemente dignidad. Y es que una verdad dura a tiempo duele menos que una mentira dulce. Dejando aparte que esas mentiras son peligrosas, porque pueden llegar a embaucarnos a nosotros mismos. Pueden incluso volvernos egoístas. Egocéntricos. Cambiar es bueno y necesario por naturaleza, pero que te cambie una mentira va contra toda razón de ser. Y es que al final llega el momento. Ese momento.
Cuando ya no encuentras a la persona que conoces. Cuando te topas con alguien que, sin previo aviso, empieza a aporrear las paredes de tu corazón para salir de ahí. Cuando te niegas a dejar que todo sea tan simple, y lo único que consigues es rasgar más aún esas paredes. Cuando intentas buscar a la persona que ha desaparecido, y cada vez que crees haberla encontrado, se te acerca por la espalda para darte una puñalada. Y duele, pero no tanto como girarte y ver que lleva una venda tapándole los ojos. Al final, el dolor confunde tanto que a veces esa venda sólo está ahí porque queremos verla. Y ahora sí. Ha llegado el momento. Este momento.
Cuando ya no tienes fuerzas, ni ganas, ni tiempo para luchar por los que han decidido irse. Cuando comprendes, tarde y de mala manera, que la mejor opción es rendirse. Cerrar una etapa cuanto menos fantasmal.
Cuando sabes que necesitas mirar una última vez a todo lo que vas a dejar detrás de una sólida puerta. Sólida pero frágil, porque encierra demasiado dolor. Cuando necesitas afrontar la realidad de que cuando mires atrás, no vas a ver una multitud en el marco, ese que pusiste cuando el dolor fue tan insoportable, sino que verás manchas a lo lejos. Manchas que alguna vez fueron personas dentro de tu corazón. Pero ahora son sólo eso, manchas. Y con ellas, ves cómo se van tantos sentimientos perdidos. Y cómo se quedan los dragones triunfantes que se los han llevado. Y que se las han llevado.
Eres grande, y la mejor prueba de ello es que empiezas a demostrártelo a ti mismo. Es hora de cerrar esa puerta, de guardar la llave en un bolsillo para deshacerte de ella cuando estés listo. Y lo mejor que puedes esperar, es que alguien haya guardado una copia en su propio bolsillo. Y que algún día recuerde que esa llave está ahí, y lo que simboliza. Pero no puedes esperar eternamente. Y no eres de dar la espalda, pero ya es hora de mirar de frente a lo que tienes por delante.
Cuando la puerta se cierre, verás algo que tanto habías echado de menos. Verás esperanza. Y verás motivos por los que seguir avanzando. Delante tienes gente por la que darías todo, y eso es algo de lo que nadie necesita convencerte. Y delante tienes dragones.
Cuando te reúnas con ellos, recuerda algo muy importante. Hay muchos dragones, pero sólo hay un balón. Y está en tu mano jugarlo, confiar en tu equipo, ganar partidos con él o dejar que te lo quiten. Hay muchos dragones, pero no tantos como estrellas en tu mejor constelación.
Esto es para vosotros, porque estoy con vosotros. Pero eso ya lo sabíais.
ni falta que hace que se vayan al fin y al cabo los necesitamos
Me gustaMe gusta